Primero nos
quitaron de fumar, –ahí vale- luego nos quitaron los periódicos, más tarde
suprimieron las comidas (esto sí que lo agradecemos), posteriormente nos
empezaron a cobrar por maleta, para más tarde quitarnos algunos centímetros de
espacio entre asiento y finalmente, subirnos las tarifas y empezar a tutearnos.
En breve viajaremos de pié y agarrados a una barra en el techo del fuselaje.
Está
claro que cuando se trata de un vuelo de corta distancia, no le damos mucha
importancia al espacio entre asientos, aunque también depende del tamaño del
pasajero. Ahora bien, cuando el vuelo es de más de ½ hora ya, la
incomodidad, independientemente del tamaño del pasajero y en casos muy
habituales, se hace dolorosamente manifiesta.
No es
solo el espacio para las piernas del que, en muchas aerolíneas y en
determinados aviones disponemos para encajarlas, es también la movilidad o
mejor dicho, la inmovilidad a la que nos vemos sometidos en ese pequeño hueco
en el que mover los brazos sin el riego de meterle el codo en un ojo al vecino,
se convierte en un ejercicio propio
del más avezado contorsionista.
Si
además, el del asiento delantero, haciendo uso de su derecho a reclinarse, sin
pensar para nada en los posibles y más que probables daños colaterales, va y se reclina, entonces sí que ya
tenemos hecho el viaje.
Lo que
se llama viajar barato, no tiene por qué ser sinónimo de incomodidad. Esa
filigrana financiera para obtener rentabilidad se le habría ocurrido a un niño
de 10 años: “si reduzco el espacio, pongo
más filas de asientos y no incremento el personal, doy en la diana”. Eso no
es propio de un “genio” de las finanzas. Es, sencillamente, de Perogrullo. O
sea, propio del esperpéntico presidente de la cutre RYANAIR y similares, que están
convencidos de que, una cosa esta reñida
con la otra. En breve podríamos afirmar,
como ya adelantó nuestro amigo iluminado en cuya compañía se paga por que a uno
le sonría la azafata, que pronto viajaremos de pié. La verdad, hay momentos en
los que se desearía.
El
espacio entre la estructura del respaldo de un asiento y la del respaldo del
asiento delantero es la medida que se toma como habitáculo bruto de dicho
asiento. Si a esto añadimos el grosor de la tapicería o el ancho del asiento,
en muchas ocasiones, no queda hueco neto ni para respirar.
Visto
así, podemos afirmar que volar en turista o en vuelos low cost no es barato; es,
sencillamente, ahorrarnos unos duros con respecto a pagar otras clases pero a costa de una menor comodidad y calidad de servicio. Entonces,
¿viajar es barato? Rotundamente, NO. Viajar en avión es carísimo. El que puede
se paga un billete de clase superior, aunque no por ello va a ir mucho más
cómodo, sino simplemente se va a tomar las copas “gratis” y también va a comer
“gratis”, pero eso sí, lo que no se comería en el bar más infame de su barrio.
Hay quienes no se pueden permitir pagar un billete superior o simplemente no quieren ser víctimas de la
estupidez más absoluta y evitar hacer el primo. En ese caso, prepárese a sufrir
un poquito más que los demás, pero vale la pena porque en ninguno de los dos
casos, ni en la clase turista ni en la Primera-Business-
Premium o llámese como quiera, la relación precio-calidad nunca llega a ser
equilibrada. Eso si, podrá encontrar entre clase y clase, hasta la friolera de
¡¡9 cm!! de diferencia. Para este viaje, las alforjas sobran.
La
conclusión a la que podemos llegar es que volar no solamente es caro, sino
incómodo. Si a esto añadimos que algunas CC.AA, como por ejemplo, Canarias,
depende del avión como único medio para poder alcanzar el continente. Que cuenta
con 2 o máximo 3 compañías para poder elegir, con una muy baja frecuencia de
vuelos a las principales ciudades españolas y que el vuelo más corto dura 1
hora y media, volar se convierte en un auténtico suplicio. Pero todo no queda ahí. También
hay que tener en cuenta el trato que el personal de alguna compañía dispensa al
pasaje. Vamos, como si nos estuviesen haciendo el mayor de los favores permitiéndonos
viajar con ellos. De mal a peor!
Al hablar en el artículo anterior de las incomodidades y lo caro que sale viajar en Ryanair, se han olvidado de un suplicio que todos los pasajeros de la mencionada línea hemos de soportar sin previo aviso, el de la venta ambulante y hasta lotería que los empleados de la compañía ejercen durante todo el vuelo y nos obligan a escuchar con voces, a veces, estridentes, no dejándonos descansar, sea la hora que sea. Esto es insoportable, más aún que el poco espacio. Sin consideración alguna, ni permiso de los usuarios, te intentan vender casi de todo cada 10 minutos. A uno le entran ganas de saltar por encima de los pasajeros para taparle la boca a la 4ª vez que te despiertan de una, más que merecida, cabezadita.
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